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lunes, 16 de julio de 2012

¿Por qué estoy enamorado del béisbol?



“La única iglesia que alimenta el alma,
día tras día, es la iglesia del béisbol”

Siempre, cada vez que hay oportunidad de ello, hay alguien que me pide que cuente la historia de mi primer amor. A veces cambio el tema para no decir nada, porque ellos esperan que narre mi aventura con una chica hermosa, junto a la cual conocí el placer de las salidas a escondidas y los besos robados, o la historia de una dulce niña a quien le regalaba caramelos en el recreo, pero nada de ello es verdad. Mi primer amor lo conocí mucho antes de ir a la escuela, mucho antes de mi adolescencia, mucho antes incluso de aprender a escribir o a leer. Y a diferencia del noventa y nueve por ciento de la gente, puedo decir que aun ese primer amor me acompaña.
Para mucha gente es a veces difícil de entender que una pelota fue mi primer amor. Si,  así es, mi primer amor fue una pelota. Una mañana típica de mi infancia comenzaba cuando salía al patio y allí, junto a la mata de guanábana estaba la pelota de mis sueños, a veces era de plástico, otras veces de goma, de trapo, a veces era una pelota de tenis que había cambiado de deporte o raras veces, muy contadas veces, era una pelota verdadera, dura, de costura y cuero, con corcho en el centro, de esas fabricadas especialmente para tocar el cielo.
Siempre he dicho, y escrito en muchas partes, que cada ser humano lleva dentro de sí a la humanidad entera, esa frase no es mía, es una frase que escribió el gran Mark Twain en los últimos años de su vida ese gran sabio, con quien comparto mis dos grandes amores: el beisbol y la literatura.  Como llevo dentro de mí a la humanidad entera, era normal que actuara como ella: la humanidad se crea dioses a si misma, ídolos, semidioses, héroes, etc., como todo niño, necesitaba héroes para poder construir mis sueños.
Los primeros héroes de mi infancia fueron los jugadores de los Navegantes del Magallanes de la temporada 95-96. Y no era para menos: siendo un equipo con pocas posibilidades de ganar, se enfrentaron al equipo mas poderoso de esa época: los cardenales de Lara, equipo que fue considerado campeón de ese año de antemano, pero faltando solo unos cuantos outs para que los larenses se llevaran el campeonato y estando nosotros tan lejos de hacerlo, pudimos levantarnos y ser campeones. Pero el relato de tan magnífica epopeya lo dejaremos para otro día, en otro papel. Yo jamás pensé, en esa noche del jueves primero de febrero de 1996, que ese sería el comienzo de una relación amorosa que ha soportado champagne, coronas, clásicos perdidos, humillaciones en finales, eliminaciones, debacles, muertes culpa de rayos y Gregor Blanco etc.,
El Equipo Navegantes del Magallanes, Campeón 95-96

Durante muchos años pensé que amaba al Magallanes, a ese equipo, la divisa deportiva más antigua de Venezuela, a ese sentimiento, ese amor común de muchos, de millones de venezolanos, pero no fue sino hasta muchos años después que me di cuenta que el Magallanes no era mas que la excusa para enamorarme por toda la vida, de ese maravilloso deporte llamado beisbol. Los juegos de los domingos al mediodía y de los sábados en la tarde se convirtieron en rutina para mi, incluso si jugaba o no mi equipo. Cuando aprendí a escribir, uno de mis hobbies favoritos era escribir el nombre completo de las ocho divisas que en aquel entonces componían el beisbol profesional venezolano, así como también el escribir, antes de cada juego del Magallanes, el line up campeón de la temporada 96-97, un line up que aun recuerdo: Mora, Espinoza, Alfonzo, Raven, Hidalgo, Abad, Malavé, García o Díaz y Clemente o Chávez.
A medida que mi infancia fue avanzando, se fue llenando de ídolos: Derek Jeter, Ken Griffey Jr, Barry Bonds, Sammy Sosa, Greg Maddux, Roger Clemens, Pedro Martínez, Randy Jonhson, Curt Schilling, Johan Santana, etc., hasta llegar a los ídolos de hoy: Cliff Lee, Roy Halladay, Matt Cain, Dustin Pedroia, David Ortiz y las estrellas jóvenes Jose Altuve y Bryce Harper.
Cuando por primera vez vi béisbol no sabía nada de él y con el pasar del tiempo, creo que es poco lo que he aprendido, ningún otro deporte está tan lleno de sorpresas y cosas insólitas, como por ejemplo, tu crees haberlo visto todo y de repente los Cardenales de San Luis ganan el juego seis de la Serie Mundial.
El béisbol es más que un deporte, es el objeto de amor verdadero de millones de hombres, mujeres y niños, es casi como una religión. Es un juego lleno de belleza, de justicia y de perfección, y una vez que te enamoras de él, es imposible dejarlo atrás, puede llenarte de felicidad, de frustración y de tristeza, pero siempre, de un modo u otro, enriquecerá tu vida, ya sea con gritos de victoria o con noches largas de llanto por la pérdida de un campeonato. Y son justamente los golpes, lo que te enseñan a amar el juego, o si no, pregúntenle a los fanáticos de los Filis de Filadelfia, que esperaron ochenta años para ver a su equipo ganar una Serie Mundial por primera vez, o a los de los Medias Blancas de Chicago, que soportaron por 87 años la maldición de los Medias Negras, o los Medias Rojas que vivieron la maldición del bambino, el repentino “apagón” de Ted Williams en la Serie Mundial del 46, la remontada en el noveno inning del juego siete de la Serie del 75 por parte de la maquinaria roja, y ni hablar del episodio Buckner y de Boone, todo ello antes del milagroso regreso del 2004 que acabó con la maldición del Bambino; pregúntele a los fans de los Cachorros de Chicago, que durante 104 años han sufrido una sequía de campeonatos, es más, hagamoslo simple, pregúntenme a mi, que he soportado los desastrosos debacles del Magallanes, la inhumana doble jornada del 2012, la remontada de los Tigres en la final del 2007 y el jonrón de misifú, que nos sacó la final del bolsillo.
Billy Buckner, en la jugada que ha pasado a simbolizar la tragedia en el béisbol
Y es que es imposible no enamorarse del béisbol. Todo en él es belleza, desde los movimientos del pitcher en la lomita, los movimientos de la bola en su trayectoria al home, el sonido de la bola con la mascota del receptor en el tercer strike cantado, una jugada de rutina perfectamente ejecutada por el infield es un placer a la vista; en un doble play todo es belleza: los movimientos del segunda base, el pivot del campo corto, el slide del corredor, el estirón del primera base y la velocidad que el bateador le imprime para evitar el segundo out; las jugadas en los jardines como la de Melvin Mora en la final del 93-94, la jugada de Gregor Blanco para preservar el juego perfecto de Matt Cain, la atrapada al estilo Jim Edmonds o la de Willie Mays en la Serie Mundial del 54. ¿Y que cosa es más bella que el sonido del bate al sacar un jonrón, ver la pelota volar, tocar las nubes, detener los corazones y llenarnos de alegría, o de tristeza? Si hay algo mas bello es esto: una madre que apoye al cardenales, un padre que apoye a los leones, y tienen tres hijos: uno apoya a los tiburones, el otro a los tigres y el otro al Magallanes.
Willie Mays en su atrapada histórica
A diferencia de otros deportes, los clásicos del béisbol no promueven el odio, es normal ver dos fanáticos abrazándose después de un juego, siendo estos dos, el uno fanático de los Leones y el otro del Magallanes, o el uno de los Yankees y el otro de los Medias Rojas, Cachorros y Cardenales, Gigantes y Dodgers, etc.,  ¿Y que me dicen de ver hombres transformados en niños cuando se coronan campeones? Ver a Cody Ross dando saltos de alegría mientras anotaba carrera de los Gigantes en la Serie Mundial del 2010 no tiene precio.
Y es que es imposible no enamorarse del béisbol. Todo en él es justicia, Ty Cobb nació en una época donde sus excesos eran permitidos, Cy Young nació en la época donde todavía los pitchers no eran limitados a cien lanzamientos, de otra manera el Ciclón no habría dejado los números que dejó, Babe Ruth nació en los años 20, donde su elevada cifra de jonrones lo convirtieron en un dios y no en esta época, donde habría sido uno más del montón; los campeonatos en béisbol se definen bajo series a un máximo de cinco, siete o nueve partidos, en los cuales todos los jugadores pueden jugar, los dos equipos pueden hacer gala de sus virtudes y defectos, de sus puntos fuertes y sus puntos débiles ¿Quién puede poner en duda, por ejemplo, que los Mellizos de Minnesotta no merecían ser campeones en el 91? ¿Quién duda de los Mets del 86? Es cierto, ganaron por un error de Bulkner, pero si el bullpen de Boston habría sido bueno, no habrían llegado a eso. Y ni hablar de la serie final de la LVBP 2009-2010, cuando los Leones remontaron déficit de 3-2 para vencer al equipo de mis amores, yo podría decir que fue injusto porque nosotros éramos mejor equipo, pero en honor a la verdad, hemos de admitir que los Leones jugaron con mas ímpetu los dos últimos juegos.
Y es que es imposible no enamorarse del béisbol. Todo en él es perfección: son nueve bateadores, todos tienen su turno en el mismo orden, teniendo la misma oportunidad de destacarse o de fallar, cada uno de ellos tiene cuatro bolas o tres strikes antes de batear, son tres outs que hay que sacar para venir a batear, son nueve innings y si no alcanzan, se juegan mas, no esta permitido el empate porque es injusto, injusto con los jugadores que juegan movidos por la victoria e injusto para los fanáticos que asisten a un juego ansiosos de victoria. Es perfecto porque todo en el contribuyen para un resultado justo, e incluso cuando el resultado es injusto, el béisbol se muestra bello, como con el juego no perfecto de Armando Galarraga, con las disculpas en medio de llanto de Jim Joyce y la aceptación caballerosa de la misma de Galarraga. Es perfecto porque no espera cuatro años para darte una oportunidad de redimirte: en la parte alta del noveno inning del séptimo juego de la Serie Mundial, el juego 2 a 1 y bases llenas, el tercera base puede cometer un error de dos carreras para hacer que su equipo pierda ventaja y a la entrada siguiente, estando abajo 3-2, con hombre en primera, el mismo tercera base del error anterior puede dar un jonrón que limpie su honra. Y bueno, el béisbol es el único deporte de equipo que concibe el juego perfecto, el cual no solo es trabajo del pitcher, sino también del receptor y los demás jugadores, quienes son los encargados de matar los hits y hacer las carreras, y si usted está seguro que el juego perfecto es solo labor del pitcher, pregúntenle a Mark Burhle, Matt Cain y Harvey Haddix.
Y es que es imposible no enamorarse del béisbol, porque todo en el respira vida, es el juego más emocionante de todos. En algún momento, el béisbol llega a un punto de emoción y drama, que ningún otro espectáculo humano tiene, como por ejemplo, el juego seis de la Serie Mundial del 2011, y el último juego de la ronda eliminatoria en esa temporada.
Momento del Jonrón de David Freeze en el sexto juego de la Serie Mundial 2011

Por eso, es imposible no hacer de uno las palabras que Susan Sarandon, en su interpretación de Anney Savoy, en la película “Bull Durham”:


“Yo creo en la iglesia del béisbol. He intentado las grandes religiones, y la mayoría de las menores.  He adorado a Buda, Alá, Brahma, Visnú, árboles, hongos, e Isadora Duncan. Yo se cosas, por ejemplo, hay 108 cuentas en un rosario católico y ahí 108 costuras en una bola de béisbol. Cuando oí eso, le di una oportunidad a Jesús. Pero las cosas no funcionaron entre nosotros. El señor cargó mucha culpa sobre mí. Prefiero la metafísica a la teología. Verás, en el béisbol no hay culpa, y nunca es aburrido… lo cual lo hace parecerse al sexo (…) Hacer el amor es como batear una pelota: solo te tienes que relajar y concentrarte. (…) La única iglesia que verdaderamente alimenta el alma, día tras día, es la iglesia del béisbol.”

Hasta la próxima

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 Por Alex Ulacio

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