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miércoles, 23 de enero de 2013

Todo comenzó en el 96...



Magallanes Campeón 95-96

Todo comenzó la noche del primero de febrero de 1996, aunque la lógica me lleva a pensar que fue antes. Ese día la atmósfera que rodeaba nuestra casa, ubicada en un pequeño pueblo del estado Yaracuy, era de tensión. Venezuela se desvive por el béisbol y ese día era el séptimo juego de la final entre los equipos que se dividen el favoritismo de los yaracuyanos: Cardenales y Magallanes. La final de ese año era infartante, Cardenales tenía ventaja de tres juegos por 1 en el quinto, cuando Magallanes se impuso. El día anterior, Magallanes había vencido a Lara 12 carreras por 1 y obligó al séptimo y decisivo encuentro. 


En mi casa, mis hermanas se sentían decepcionadas, y no era para más, siendo ellas del Cardenales, les dolía ver como su equipo poco a poco se desmoronaba. Y en medio de ese ambiente, ahí estaba yo, con solo cinco años, siendo testigo inocente de un gran acontecimiento. Conocía el béisbol, por supuesto ¿Qué niño en Venezuela no conoce el béisbol? Si hasta los más recalcitrantes futboleros que odian el béisbol deben admitir que primero tomaron un bate antes que un balón. Conocía y me gustaba el béisbol y no sé por qué razón, mi corazón eligió al Magallanes, cuando estaba expuesto a la influencia cardenalera, ya que mi familia, aunque vivía en el Yaracuy, siempre me dejó en claro que éramos larenses.

De todas maneras, esa noche sabía que no había mañana, que uno de los dos debía de ser campeón. Afuera, como siempre, estaban los amigos y amigas de mis hermanas, en sus tertulias nocturnas, tratando de conversar de cualquier cosa que no fuera béisbol, ya que todos eran cardenaleros. “Esto es el fracaso de la década”… “Si son estúpidos, solo había que ganar un juego”… “¡Todo culpa de Sojo!”… “Si Magallanes gana, es porque Cardenales se vendió” era el tipo de cosas que ellos decían para mitigar el dolor.

A la altura de la quinta entrada el juego estaba 2 carreras por 0 ganado Magallanes, la angustia de mis hermanas y sus amigos y de mi madre crecía, se acercaba el out 27 y los bates del Cardenales estaban apagados, sucumbían ante el dominio férreo de Juan Carlos Pulido, el mismo que años antes había dominado al Caracas, según leí años después. Pulido siempre fue uno de mis favoritos del Magallanes.

La noche transcurría y sobre mis ojos, se acercaba el peso del sueño. Un momento, un período corto de tiempo se sumió en la oscuridad, me quedé dormido pero mis ojos se levantaron cuando anotamos la tercera carrera, una puntada mas, mis hermanas volvieron a sumirse en el silencio… no podía ser que cardenales perdiera otra vez… a mi no me importaba, lo único que me importaba, lo único que me perturbaba era que el sueño tarde o temprano podía terminar de vencerme y no… no podía permitir que me perdiera ese momento del tercer out del noveno inning.

A medida que los minutos avanzaba al compás de los outs, mis ojos se iban cerrando, poco a poco perdía la noción del espacio, del tiempo, del momento que se estaba viviendo, solo una explosión súbita en la voz tronante de Delio Amado León podía levantarme de mi lento proceso de adormecimiento, ya no tenía fuerzas ni siquiera para burlarme de mis hermanas. No podía culparme, tenía solo cinco años y lo lamentaba.

Mi madre, viendo como me dormía me tomó entre sus brazos, me acurrucó con suavidad y ternura, la misma que empleaba  (supongo) cuando de bebé intentaba dormirme y que en poco tiempo se desvanecería de mi memoria. De pronto, se me ocurrió la primera osadía de mi vida.

- Má… -le pregunté, a sabiendas de sus conocimientos en el poder de los guarapos- ¿Qué sirve para quitar el sueño?

- ¡¿Qué?! ¡Muchacho, ¿Por qué tú dices eso?! –exclamó ella. Yo tranquilamente solo le respondí:

- Es que, quiero ver como termina el juego.

Mi mamá guardó silencio, lo pensó un rato y me dijo:

- El café quita el sueño, pero tu estás muy chiquito para andar tomando café. Duérmete, mañana te enteras de como terminó.

Yo nunca decía que no a mi madre, de hecho aun sigo sin decirle que no a lo que ella dice, por respeto, por amor, quizás porque se que siempre ella tiene la razón, pero ese día no, ese día ella estaba equivocada. Solo le dije:

- Mañana no será lo mismo. Dame un poquito, solo un poquito de café, te prometo que no tomaré mas, es solo hoy.

Pero ella persistió en su deseo de no darme café, pero luego de mi insistencia, y porque ya estaba casi llorando de la impotencia de no vencer el sueño, me tomó de la mano hacia la cocina, encendió la luz, tomó una taza y sirvió un poco de café, me lo dio diciendo:

- Si no puedes dormir hoy, solo quédate viendo el techo sin molestarme.

Solo asentí y con emoción me llevé mi primer trago de café a la boca. El primer sorbo supo mal, tenía azúcar pero para mí era amargo, sabía a adultez y en cierto modo a pecado… sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien, pero igual terminé toda la taza. Al tomarlo todo me sentí como si estuviera despertando en la mañana… me paré en frente del televisor, daba pequeños saltos, el out 27 estaba cada vez más cerca y el sueño se había ido.

Finalmente llegó el inning 9. Dave Evans a lanzar por Magallanes: sacó el out 1 y el out 2, antes de dar bases por bolas a Miguel Cairo y Robert Pérez (no estoy seguro con exactitud de si esos fueron los nombres, en otra reseña si haré énfasis en la exactitud). El juego estaba 3 por 0, dos outs en la novena, Lara tenía dos hombres en base, el empate en home, en el bate del poderoso Shannon Stewart, quien ese año bateó .311 con 20 impulsadas. La luz para los Cardenales se veía cerca, por un momento me asusté, me dije que la taza de café había sido inútil, y si perdíamos el caudal de lágrimas iba a ser inmenso. Luego de varios pitcheos, Wall pusó a Stewart en 3 y 2, dos outs, hombre en segunda y tercera, el corazón, para usar una expresión de mi abuela, me llegó a la boca… tensión por un momento, todos guardamos silencio, entonces vino el lanzamiento, medio swing de Stewart,  “Musulungo” le cantó el strike… era simplemente increíble, Magallanes saltó al terreno mientras Stewart discutía la sentencia, ¡Éramos Campeones!



Aquella noche del primero de febrero de 1996 fue la primera vez que sentí por mis venas, el recorrido de la gloria, del triunfo máximo. Aquella noche del primero de febrero de 1996 fue el inicio de un amor profundo que lo ha soportado todo: baños de champaigne, coronas épicas, debacles, lágrimas, muertes a manos de rayos y más. Fue el inicio de un amor que me ha acompañado en las horas mas negras y luminosas de mi vida, me ha enseñado ver la vida como un juego de béisbol: si te hacen out en una base, límpiate, regresa al dogout, recuerda que siempre habrá un próximo turno al bate u otra máxima igual de hermosa: todo se acaba solo con el out 27.


Hoy, diecisiete años después, los protagonistas de la historia son los mismos… ¿Serán los resultados los mismos? Les confieso: no hay nada en el mundo que desee con más fuerza. Hace años de nuestro último título. Ya es hora de reverdecer los laureles.


Hasta la próxima 

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 Por Alex Ulacio

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